Reflexiones

Unos días en el corazón de Candamo

Estos días han sido un regalo.

Las horas en el porche, leyendo poco, charlando más, descubriendo otros matices, nuevas historias, recetas para ir viviendo, para cocinar mejor todos esos compangos que nos traen los años.

He aprendido que si no te sumerges del todo (como las fabes), no cueces, no te haces del todo. Has de impregnarte bien. No dejar nada fuera, involucrarte por completo. Y también, que si actúas con delicadeza no te rompes. Así que es preferible remover y removerse con cariño, con tino, sin prisa.

Las flores del jardín debes cortarlas antes de que empiecen a ponerse tristes. No debe saber el rosal que ya está todo hecho, que no merece la pena seguir adelante, que sus flores, sí, han sido preciosas pero que ya ha terminado su función. Porque entonces la planta se muere envuelta en su sinsentido. Así, si cortas los capullos apenas han empezado a abrirse, pondrá todo su entusiasmo, de nuevo, para que vuelvan a brotar otros. Nada de languidecer y ser alimento de hormigas y babosas. Nuevos objetivos, nuevos proyectos. La alegría de crear, una y otra vez. Y con ello, crecer.

Desde la silla del porche he visto pasar las horas, el sonido de la lluvia sobre la tierra, la montaña del fondo por la que navega una niebla de algodón que, a ratos, se queda enganchada en las copas de los árboles.

Nada es estático. La vida cambia a cada momento. Sólo es preciso tener el tiempo suficiente para observarla. Y yo lo he tenido en estos pocos días.

Delante, una buganvilla que rompe todos los esquemas y le cuenta a ese entorno de mil verdes, que se puede ser rosa o fucsia y ser un contraste esbelto y prometedor. Diferente.

Las hortensias van extendiendo una belleza sublime en matices imposibles del blanco al violeta más generoso, azules, rojos, granates, como si se fueran re-inventando, compitiendo entre ellas.

He visto como puedes iniciar proyectos, una vida distinta, sin querer dejar de abrazar el pasado, quedándote encajado entre objetos que lastran y ocupan espacios que ahora deberían ser sólo tuyos. Quizás el tabaco de pipa que -inocentemente- reposa en un cenicero marca un sueño que nunca será real, porque no está ahí para ser usado. No volverá a llenar ninguna pipa y se convierte en ancla dentro de un corazón expectante.

He comprobado que la sonrisa tiene magia, aunque te falte una pierna y te hayas destrozado una mano. Las fresas obedecen con un dulzor increíble desde su miniatura roja y las lechugas espigan gritando que alguien las recoja. Hoy tampoco es el día.

Las tortillas por la noche son algo que nace de un encantamiento. Unas cuantas verduras bailan en el fondo de una sartén y cobran vida cuando inician un tango al que se unen, mas tarde, unos huevos oscuros y esponjosos.

El ritual de la lluvia, la alegría de vernos, por la mañana, desde un café, compartiendo sosiego, el dulce bienestar de sabernos queridos, con todo el día que se extiende por delante, aún por definir. Puede ser la visita a un taller de cerámica, un guiño de afecto en forma de teta de cerámica, una pieza imperfecta y unos soñadores que trabajan el barro y la tierra, porque son parte de ella y pertenecen a su misterio.

Los ojos de Natalia, sus manos, su fuerza y su determinación. Dejar atrás todo. Empezar una y otra vez. (¿Cómo muchos en este valle?). Sacar el martillo para destruir el pasado y ser mejor el momento presente. Que todo sea efímero, que no deje rastro. Vivir ese tiempo exacto, único, irrepetible.

Y por si todo esto no fuera suficiente, un gesto de cariño desencadena un río de ternura. El regalo de Daniel: su camisa, con un logo que lo dice todo (El Llar de Viri) porque trae al alma el sosiego, el sabor, el aroma de los momentos mágicos. Y, sobre todo, el abrazo, ese contacto profundo que dice Estamos ahí mismo. Recuerda. Hay tiempo para más días felices. Todo ello lo guardo, intacto, en el corazón.

Cinco días han sido suficientes para poner a punto la brújula, sin tentaciones de perderme en un dolor inútil, escuchando el tiempo y el modo exacto en el que quiero respirar, sentir, emocionarme, querer y ¿por qué no?vivir.