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No me atrevía a decir la palabra porque golpea, y fuerte. Un desierto por delante, una dificultad, algo que respira maldición y pena: cáncer.
Pero, según la noticia se me va metiendo en la entraña, aparecen los gestos, el cariño, las llamadas, los mensajes. Y veo que crece algo más que unas células agresivas y ajenas, el amor y una corriente que va conmigo. Corriente de optimismo.
Me miro el pecho. Ahora es la mama (¡oh, sorpresa!). Y le pregunto ¿por qué? No hay respuesta si no es por las dentelladas que, presiento, van destruyendo mis tejidos.
¿Por qué? Y en el fondo pienso ¿y por qué no?
¿Me creía inmune al dolor? Tengo miedo pero ya he pasado la zona de vértigo.
La vida es preciosa y quiero seguir respirándola. Como esta especie de diario que hoy inicio. Como la actitud de mis hijas, como la fuerza y la compañía de Manolo.
Hay adversidad, si. Saldré adelante hacia un futuro incierto y próximo.
Señor, que no me suelte de tu mano.
Por fin ha sonado el teléfono. Una fecha detrás de la voz del hospital. Lo esperaba hasta las lágrimas. Una fecha que cumple, por los pelos, lo prometido: librarme del tumor antes de un mes. Bien. Seguimos en el camino.
Mientras tanto se suceden los acontecimientos curiosos, los mensajes con un acento extraño, repetido, doliente. Las actitudes contrapuestas:
– ¿Hay que darle visibilidad al cáncer?
– Por el contrario, ¿es mejor vivirlo en la intimidad de los próximos?
– ¿Es real la armonía de mujeres en la misma situación, siguiendo los mismos trazos o protocolos?
– ¿Ayuda la extroversión?
– ¿Me ayuda a mi misma y a otros?
Hace unos días, un par de semanas, en los que yo había superado muchos miedos y me sentía fuerte y capaz, oídos y asimilados varios podcast, me encuentro con unos amigos. Ya sabían la noticia de mi ´chunguez`. Uno de ellos, médico -ha sido mi médico en alguna ocasión- me ve de lejos, abre las manos, me engancha en un abrazo y se echa a llorar.
A mí casi me da algo.
Luego interpreté que lloraba por su reciente enfermedad (una de esas raras) y la había sumado a la mía. Lágrimas de amigo, de pena, de la de ambos.
Fue solo un momento. Las emociones salen de paseo y se encuentran a veces, para nuestra sorpresa.
No es un domingo cualquiera. Han pasado ya 9 días de la operación. Y todo marcha bien. La expectación sube otro nivel. Se queman etapas. Y los días pasan con una gran lentitud.
Empiezo a hacer una vida más normal, con buenas dosis de reposo y tranquilidad.
La cirugía y todo lo de alrededor fue toda una experiencia. Un campo cruel lleno de ternuras y gestos agradables.
Las agujas perforan la carne buscando precisión, perfección. Las manos de enfermeras y médicos se mueven hacia un objetivo único: Tú y tu curación. Y esa es, de pronto, la experiencia de Dios, el momento en que te abandonas, entre un recuerdo maravilloso, un atardecer, las caras de los nietos y un padrenuestro que se desliza en el sopor que te aleja de las luces, las agujas, las palabras que alguien te va diciendo al oído y sabes que ya no vas a ser capaz de contestar.
Volver a abrir los ojos desde ese paisaje que vas dejando atrás sigue siendo experiencia de Dios. Veo a Manolo, a mis hijas. Sonrisas, palabras, besos y emoción.
Todo es algo confuso y, a ratos, vuelvo a ese otro sitio en mi mente, que es tierra de nadie.
Sólo las caricias, la luz y los sonidos son capaces de hacerme regresar a esa habitación transparente, donde la vida se convierte en promesa cumplida.
Y estoy tan contenta de respirar que doy gracias.
Ha sido un viaje largo pero estoy segura de que he crecido como mujer. Mujer con cicatrices.
Otra operación. Otro escalón. Una marcha atrás inesperada. A veces pienso que todo es un mal sueño, que esto no me está pasando a mi. Y me da por pintar. Por poner colores y hacer trazos tontos.
El verano brota de una primavera enloquecida. Llueve. Y también da, compasivo, un paso atrás.
Nombres sucios, feos, huraños y agresivos se expanden por el papel del informe hospitalario: carcinoma, ductal, in situ, infiltrante, adjetivos que manchan el papel de malas noticias.
Me miro la teta y le pregunto: ¿Y tu qué, hermana? ¿Tantos años juntas y ahora te vas sin mi? Que lo sepas: acabarás en un cubo de una basura altamente contaminante o en una mesa de laboratorio -he firmado todos los permisos, que lo sepas- donde alguien jugará con tus problemas.
Me hubiera gustado que siguieras conmigo hasta el final. Habríamos disfrutado juntas de un bonito sepelio, con coro, con amigos y familia llorando y un broche final precioso entre flores y fuego.
San Juan. Anoche no quemé nada. El domingo no vi la luna de miel que tanto anunciaron, ni la de fresa. Me alimento de paciencia, de cariño, de brindis a la fortuna.
La visita de Viri renueva mi esperanza. Sus historias. Su fuerza. El lujo de tenerla cerca. Removemos recuerdos sin pizca de nostalgia.
Pasó la segunda operación y la revisión y ya esta julio aquí. Me quedo con mi teta. Mis 68 recién cumplidos. Descanso y tiempo para pensar, La vida organizada después de que el cáncer apareciera para desorganizarlo todo. Para robarme mi vida tal y como discurría, tan llena de cosas y disfrutona.
Se ha llevado los lunes y los jueves con mis nietos. Mis domingos de coro. Mis citas con la literatura en clave de bus y metro, mi gimnasio, mis cremas, mi pelo.
Cada escalón que subo no se si realmente lo alcanzo o estoy descendiendo quizás a los infiernos. Todo es nuevo para mí.
Me encuentro bien y estoy animada.
Cuando flojeo me acuerdo de mi madre. Ella me educó en la fuerza y en la seguridad. Saberla cerca y animándome, me ayuda. Sin amargura.
Aquí estoy. Aquí estamos. No me siento sola porque tengo toda la energía que me enseñó a desarrollar. Ella y mi padre. Dejan una semilla y se van. Y un día vas y la encuentras, porque la necesitas. Si no, estaría ahí, dormida.
Les echo de menos pero les reconozco en los mil huecos que deja el día y sus acontecimientos, en los duros tramos que tengo que cubrir, en las sensaciones dulces que me abren la sonrisa.
El porche de Viri. El piesco tira la fruta que rueda por el suelo. Apenas hago nada. Solo charlar, levantar los ojos y tropezarme con la montaña y, delante, una buganvilla que explota energía en rosa fuerte.
La temperatura me lleva a pensar que no estamos en verano sino en otro tiempo, lejano, sin enfermedad.