La Señora Patro

Ya están los críos de vacaciones. No hay manera de tener el portal limpio ni una hora. Están todo el rato subiendo y bajando y ni siquiera se paran en el felpudo de la entrada un poco. ¿Qué les costaba? Y es que no hay ni chispa de educación. Las niñas se vienen a saltar aquí delante, como si no hubiera acera bastante. Nada, aquí mismo, y no me dejan ni pasar, con lo que me cuesta moverme ya, que no soy una niña y lo que pesa este cubo de agua. 

Si viniera mi hijo le pediría que me ayudara, pero ¿dónde se meterá este chico tantas horas? Trabaja algo, da sus clases, que para eso me he gastado en libros. Pero no le veo yo que tenga nada serio, un horario de verdad y lo que se dice un futuro bueno. Siempre ha sido muy listo y ya en el pueblo me decía el maestro que Román valía para estudiar y que allí, en Tomelloso, no hacía nada. Así que, a Madrid, que no sé yo si eso no ha sido su perdición. Que fue llegar y al poco ya se estaba metiendo en líos. A saber con quién se junta pero, para mí, que se le ha ido agriando el carácter. Con lo dulce que era y lo buen chico. 

Si apareciera ahora, cargaría con el cubo. Pero no caerá esa breva. Y estos niños, se podían ir con las chapas a otro sitio, digo yo. Sus padres los largan de casa y ¡hala! que la Señora Patro les eche un ojo.

Esta mujer todavía me barre las chapas. Menudo genio y siempre refunfuñando entre dientes. Hoy es Viernes Santo. Y tengo hambre. Hace días que mi padre tiene la bula. Un papel que le da el párroco para que podamos comer lo que queramos en Semana Santa. Pagando no sé cuánto al cura nos podemos poner hasta las trancas.  Todos los años lo mismo. Mi madre lo tiene todo bien pensado y si se trata de dinero, no se le escapa ni un céntimo. Saca la llavecita plateada, y abre la caja del armario donde guarda los billetes. De esa caja sale todo lo extraordinario y ahora en Semana Santa, el dinero que se lleva el cura. Mi madre no quiere ir a verle. Mi padre sí. No es que vaya mucho a la iglesia pero, según dice, se ve obligado. Parece que es bueno que a los funcionarios les vean hacer ese paseo hasta la parroquia. El otro día le cayó la bronca a mi hermano porque le vio un vecino vender unos tebeos en el Rastro. Mi padre se enfadó y le dijo un montón de cosas: que si íbamos a parecer unos pobretones vendiendo cosas, que sólo nos faltaba poner un puesto en el Rastro y rollos así. A mi hermano se le puso cara de rabia, pero yo creo que a mi madre le daba la risa. 

La señora Patro está muy pesada hoy. No hace más que pasar con el cubo y diciendo no sé qué que no la entiendo nada de nada. Hasta que no baje Jesús y su hermano no me muevo de aquí. Por mucho que esta mujer me quiera fregar las chapas. 

Todos los años lo mismo. Y cae la Semana Santa muy tarde, casi se junta con el 1 de mayo. Maldita fiesta. En el pueblo salíamos a llevar flores a la virgen. Aquí, me quitan el hijo. No paro de trabajar y total para qué. Mejor estábamos en el pueblo. Yo y mi Román. Por lo menos aquí no pasamos hambre ni necesidad de nada. Y a mí me tratan con consideración y respeto todos los vecinos. Desde que acabo la faena y me saco la silla a la calle, van pasando todos y todos saludan. Aquí en la capital hay modales. Me lo decía Benito, que en paz descanse: en Madrid hay más de todo y educación desde luego. Aunque tampoco iba a consentir yo malas formas. 

Sé que los críos me miran raro, pero es por el luto, que no están acostumbrados. Pero desde que me faltaron mis padres no me he quitado el negro y menos desde que se me murió el Benito. Era buen hombre, aunque empinaba el codo a base de bien. No paraba de decir “El agua para un susto y el vino para un gusto”. Se reía mucho él sólo. Me hubiera gustado saber de qué se reía tanto. Y cuando le preguntaba, siempre me contestaba lo mismo “¿Qué vas a entender tu, mujer?” Pero yo sí entendía. 

Se lo llevaron unas fiebres raras, que pasar hambre no pasábamos pero siempre íbamos con lo justo y menos. El médico tardó en venir. Sabía que el aviso era de la casa de Benito el zurdo y ahí había poco que rascar. Cuando llegó no se atrevió ni a mirarme a la cara. Hacía horas que yo ya estaba velando a Benito, con mi pobre Román, tan pequeñito al lado, bien pegado a mí. Pero yo le di el dinero que tenía preparado por la visita. No quería que dijeran que no cumplía. Yo cumplo siempre.

Tengo que subir a casa de Don Marcos. Todos los años igual. Este hijo mío, desde que llegó se metió en líos. Para mi el 1 de mayo es el peor día. Al principio de venir a Madrid siempre aparecía Román hecho polvo. Toda la casa oliendo a linimento. Y yo ya sabía que alguna zurra le habían dado. Siempre con líos con la policía. Hoy sin falta hablo con Don Marcos.

-Oye, está tu padre en casa? Dile que luego subo a hablar con él.

Se ha ido a por la bula. Ya me podían dar a mi una para mi hijo. Pero para Román no hay bulas. Cuando naces con el ronzal puesto ya no hay quien te lo quite. Y si te lo quieres sacar de encima acabas como él, visitando la cárcel cada poco. Y si al cura le dejaran, seguro que le dejaba ahí varios años, que ya conozco cómo se las gasta ese. Don Marcos sí puede, paga y se libra, pero es otra cosa, está hecho de otra manera. No se parece en nada ni al cura ni a otros vecinos que me dicen que Román acabará mal. Lo dicen y se quedan tan tranquilos. Como si a mí no me doliera. Don Marcos no. Los tienen mucha energía, señora Patro, me dice, y ya se sabe, ‘carne que crece no para quieta’. 

–Papá, que dice la señora Patro que luego sube, que te tiene que decir algo.

–¿Qué trastada has hecho?

–¿Yo? Nada….

–Espera, ¿a qué día estamos? –mi madre le respondido muy rápido desde el fondo de la sala– Ah! Vale. Lo de siempre. Este año es que la Semana Santa casi  se ha juntado con mayo, viene muy tarde.

Mamá se ha acercado. Le he visto mala cara. Yo sé que se acuerda del abuelo. Alguna vez he oído que estuvo en la cárcel, pero fue después de la guerra. Hablan poco de ella porque les pone muy tristes. Lo debieron pasar mal. El abuelo sobre todo, porque se murió en seguida, al poco tiempo de salir de la cárcel. Sé que fumaba en pipa y llevaba un gorro muy curioso. Lo he visto en una foto que hay en el salón. Mis otros abuelos no lo pasaron tan mal. Parece que los que vivían al otro lado se salvaron de ir a la cárcel y de pasar hambre, aunque mi padre dice que pasaban hambre todos. Creo que, aunque vivían en lados distintos, mi padres se conocieron en el Parque del Retiro.

A media tarde, la portera ha llamado al timbre de la puerta y mi padre la ha pasado al cuarto de estar. A mí me han mandado a mi habitación a jugar. Apenas oigo lo que hablan, pero la he sentido llorar y esta mujer no llora nunca. Ni siquiera cuando se rompió el brazo y la tuvieron que llevar al hospital. Aquel día llevaba los ojos cerrados, apretados, pero no le vi ni una lágrima. Yo hubiera llorado muchísimo.

En cuanto se ha ido me ha llamado mi padre:

–A partir de mañana, Román, el hijo de la señora Patro te va a dar clases de inglés. Aquí, en casa. Va a venir tres días a la semana, a ver si los aprovechas bien. Pero ya será en mayo, un poco después de la fiesta.

El comentario no da lugar a réplicas. 

Qué ganas de que empiece ya la primavera de verdad, aunque con el luto, el calor se me hace más cuesta arriba. Ya están los críos en el colegio, menos mal, pero yo me paso las noches en vela, atenta a cualquier ruido y sobre todo a la puerta. Román ya está en casa. Viene pronto estos días porque sabe que vienen a por él. Ha estado tirando papeles y se ha preparado la bolsa con cuatro cosas. Esta noche. Seguro que es esta noche. Le oigo dar vueltas también. Menos mal que no le da por escapar. Pero ¿escapar? ¿a dónde? Y luego ¿qué? Porque se puede huir del pueblo, se puede escapar de ser pobre o de ser analfabeto, pero de la mala suerte no. Esa nos persigue. 

Ahí están. De la puerta no pasan. Yo no les dejo. Aviso a don Marcos, que ¡vaya horas! Les gusta hacer esto de madrugada, para tenernos a todos en vilo. Él sube sin rechistar, moviendo la cabeza, yo sé que con pesadumbre. No quiere mirarme a los ojos, aunque sabe que no voy a llorar. No delante de la policía. Firmo unos papeles, y luego lo hace él. Le dicen lo que siempre: que tiene que firmar como testigo. Román está en silencio. Mejor. No vaya a ser que se le escape algún insulto contra Franco. Don Marcos es el que habla. Siempre pregunta lo mismo a los guardias y siempre le responden lo mismo. No saben cuándo soltarán a mi Román. Depende de las órdenes de arriba, le dicen. Me despido del hijo pero sin palabras no vaya a ser que se me quiebre la voz. Un beso sí, que me quede en los labios esa caricia última. Don Marcos se adelanta y le da un abrazo. El único que le da en todo el año.

Hoy es mi segunda clase de inglés. La primera estuvo bien. Mi padre me echó una homilía antes de empezar: que si hace falta el idioma, que si no se puede perder el tiempo, que la suerte que tengo….Román empezó muy serio pero luego ya se le fue olvidando que era el profesor y me contó algunas cosas de viajes y de gente que conocía. Me trajo una canción de Elvis, en inglés, claro. Me dijo que acababan de reabrir el Canal de Suez (ni idea de lo que era, pero parecía importante) y que los americanos estaban tirando bombas atómicas para hacer pruebas. Yo estaba deseando que me hablara de la cárcel y sobre todo de lo que había hecho para que le llevaran allí todos los años. De eso, ni palabra.

Las clases me gustan. Me gusta Román, aunque no hace más que echarle miradas al canario que tengo en la ventana. Esta jaula tiene los días contados.